El insulto como origen de la civilización: una reflexión sobre Freud y la sociedad

“El primer humano que insultó a su enemigo en lugar de arrojarle una piedra fue el fundador de la civilización.” — Sigmund Freud
El origen de la civilización según Freud: del instinto a la palabra
En El malestar en la cultura (1930), Sigmund Freud analiza el precio que el ser humano paga por vivir en sociedad. Su tesis es clara: la civilización no surge del progreso técnico ni del orden político, sino de la renuncia al instinto. Para que la vida colectiva sea posible, cada individuo debe reprimir sus impulsos más primitivos, especialmente los agresivos y sexuales, y canalizarlos hacia formas aceptadas por la cultura.
En este marco, Freud explica que la violencia directa –como atacar físicamente a otro para resolver un conflicto– fue sustituida, poco a poco, por mecanismos más simbólicos. La palabra, el lenguaje, el insulto incluso, se convirtió en una forma de expresión que evitaba el acto destructivo original. La cultura, por tanto, nace en el momento en que el ser humano contiene el deseo de destruir y lo transforma en representación.
Aunque Freud nunca escribió literalmente la frase “El primer humano que insultó a su enemigo en lugar de arrojarle una piedra fue el fundador de la civilización”, esta idea sintetiza bien su pensamiento. Para él, la agresión no desaparece: se desplaza, se reprime, se sublima. Pero la represión no es gratuita. Genera malestar, frustración, conflictos internos que forman parte inevitable de la vida civilizada.
Freud no idealiza la cultura: la ve como una conquista frágil, nacida de una tensión constante entre lo que deseamos hacer y lo que podemos hacer sin romper el pacto social. La civilización, en su visión, no es el resultado de un avance moral, sino de una negociación interna: controlar el deseo para obtener seguridad, pertenencia y estabilidad.
Publicado en 1930, El malestar en la cultura es uno de los textos más lúcidos y pesimistas de Freud. En él anticipa que todo progreso cultural acarrea una dosis de sufrimiento psíquico, porque implica renunciar a partes esenciales de nuestro ser instintivo. Pero también reconoce que esa renuncia fue lo que hizo posible todo lo que hoy llamamos humanidad.
En esta frase, Freud analiza la tensión entre el instinto humano y la vida en sociedad, argumentando que la civilización exige constantemente la represión de los impulsos naturales. Esta afirmación, cargada de simbolismo, no es anecdótica sino una metáfora del paso de lo instintivo a lo simbólico.
Freud tenía una visión ambivalente de la civilización: progreso, sí, pero a costa de una renuncia constante. En esta frase concreta, sugiere que sustituir el acto violento por una palabra —aunque sea un insulto— es un acto evolutivo. No negamos el impulso, pero lo transformamos. Desde el psicoanálisis, esto refleja cómo el principio de realidad regula nuestras pulsiones para permitir la vida en comunidad.
Esta idea sigue vigente. La psicología moderna, la neurociencia e incluso la sociología han confirmado que canalizar la agresividad en formas simbólicas es parte de nuestra adaptación. Discutimos, escribimos, protestamos, incluso insultamos... pero no arrojamos piedras. Freud lo expresó con una claridad visionaria: la civilización comienza cuando aprendemos a transformar el impulso en lenguaje.
Cuando en lugar de devolver el golpe con otro golpe elegimos hablar, escribir o retirarnos, estamos civilizándonos. No se trata de reprimir, sino de sublimar. De reconocer que hay un impulso y darle una salida que no destruya. Hablar en vez de gritar. Escribir en vez de atacar. Alejarse en vez de herir. Ese esfuerzo invisible es lo que nos construye como humanos verdaderos.
Y sí, no siempre es fácil. Contenerse duele, explicarse cansa, pero esa es la lucha interior de quien quiere evolucionar sin dañar. Cada vez que elegimos no hacer daño aunque podamos, dejamos claro que no somos esclavos del instinto. Somos algo más.
Ejemplos actuales donde reprimimos el impulso y lo convertimos en símbolo:
• Redes sociales: En lugar de pelear físicamente con alguien que nos molesta, lo bloqueamos, lo denunciamos o le respondemos con un comentario sarcástico. Es el insulto digital como válvula de escape.
• Protestas pacíficas: Miles de personas en la calle gritan, escriben pancartas o cantan, en vez de usar la violencia. La rabia se canaliza como mensaje político.
• Arte urbano y rap: Jóvenes que crecieron en entornos violentos usan la música, el graffiti o el baile para expresar lo que antes habría terminado en peleas.
• Terapia psicológica: Lo que antes se callaba o se expresaba con gritos hoy se trabaja con palabras, diálogo y reflexión. La violencia se transforma en conciencia.
• Humor negro o sátira: La crítica a lo que nos indigna o nos asusta se convierte en chiste, meme o sketch. No golpeamos, nos reímos. Y eso también es civilización.
• Deportes de contacto: En lugar de una pelea callejera, el combate se da dentro de reglas, con guantes, árbitros y control. Se permite el cuerpo, pero se contiene el caos.
• Debates y discusiones públicas: En lugar de imponer la fuerza, se impone el argumento. El lenguaje sustituye el puño.
• Escritura íntima o cartas que no se envían: Muchas personas canalizan su ira o dolor escribiendo lo que sienten, sin necesidad de herir a otros. Es un acto profundamente civilizado.
• Silencios elegidos: Hay veces que el acto más humano es no responder, aunque se tenga todo para hacerlo. No porque se tema al conflicto, sino porque se ha comprendido que no todo merece respuesta.
• Justicia institucional: Antes la venganza era directa. Hoy esperamos un proceso legal. Cedemos el castigo a un sistema simbólico que represente orden y no caos.
¿Cuántas veces te tragaste palabras que ardían por salir? ¿Qué fuerza interior te permitió no explotar? ¿Qué descubriste de ti cuando, en lugar de reaccionar, decidiste responder?
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