Es más fácil engañarte que convencerte de que has sido engañado: crítica al fanatismo, la manipulación y el autoengaño

alt="Multitud con vendas en los ojos y una persona consciente al centro, imagen sobre el autoengaño"


“Es más fácil engañarte que convencerte de que has sido engañado.”


Esta frase señala una verdad incómoda, a la mayoría le cuesta más aceptar que ha sido manipulado que vivir bajo esa manipulación. No porque les falte inteligencia, sino porque el ego no soporta la idea de haber sido ingenuo. Nadie quiere verse como víctima de una mentira, así que prefiere defenderla.

Esa debilidad humana ha sido explotada por todos los que necesitan obediencia sin preguntas: políticos, lobbys, grandes multinacionales, sistemas educativos diseñados para adoctrinar más que para pensar, y medios que ya no informan, sino que repiten guiones. No tienen que convencerte de la verdad, solo tienen que hacerte sentir cómodo con una versión falsa. Y una vez que la adoptas, la defiendes como si fuera tuya.

El problema es que cuanto más tiempo vives dentro de una mentira, más duele descubrirla. Así que muchos eligen no mirar. Ridiculizan al que cuestiona. Se ríen del que investiga. Y prefieren ser engañados con calma a despertar con vergüenza.

Esta frase no es solo una crítica, es un espejo. Porque si te ofende, tal vez ya estés dentro.


A todos nos ha pasado alguna vez. Creer en algo con firmeza. Defenderlo. Apostar por una idea, una persona, una causa, una promesa… solo para descubrir, con el tiempo, que no era lo que parecía. Que había intereses detrás. Que alguien jugaba con nuestra confianza. Y duele. Duele más de lo que se admite. Porque no solo se rompe una creencia: se rompe la imagen que teníamos de nosotros mismos cuando la defendíamos.

Y ahí es donde empieza el autoengaño. Porque es más fácil seguir repitiendo lo que siempre dijimos que admitir que quizás nos equivocamos. Así es como nace el fanatismo: no por pasión, sino por miedo al ridículo. Por orgullo. Por esa necesidad de no ceder ni un milímetro, de no darle la razón "a los otros", aunque sepamos en el fondo que esta vez tienen un punto. Preferimos endurecernos, blindarnos, encerrarnos en trincheras ideológicas antes que hacer lo más valiente: revisar lo que pensamos. Cuestionar lo que defendemos. Reconocer que incluso “los nuestros” fallan, y mucho.

Así que cuando se nos muestra que nos han mentido o manipulado, no lo aceptamos. Nos enfadamos. Atacamos. Ridiculizamos al que piensa distinto, porque es más fácil eso que mirarnos al espejo y decirnos: “Me engañaron. Y lo permití.” Pero esa herida no sana escondiéndola, sana entendiéndola. Sana cuando dejamos de vivir con consignas y empezamos a vivir con criterio.

Y eso no es de derechas ni de izquierdas. No es de ricos ni de pobres. Es simplemente humano. Todos queremos tener razón, pero a veces, lo más digno que podemos hacer… es cambiarla.


¿Y si lo que repites ya no te representa, pero te da miedo reconocerlo?
¿Y si el fanatismo es solo el disfraz de una decepción que no supiste cómo procesar?
¿Y si el verdadero coraje está en pensar más allá de tu propia trinchera?



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Lecturas para profundizar en lo invisible a los ojos:


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