Frases para sanar: el tiempo y la tristeza según La Fontaine

Jean de La Fontaine fue un escritor y poeta francés del siglo XVII, conocido sobre todo por sus fábulas, pero también por su aguda comprensión de la naturaleza humana. Aunque muchas de sus obras son alegóricas, tenía una mirada lúcida y serena sobre las emociones más profundas, como el dolor, la pérdida o la tristeza. La frase “La tristeza vuela en alas del tiempo” nace probablemente de esa sabiduría tranquila que tenía sobre el paso de la vida. En una época marcada por guerras, enfermedades y cambios sociales intensos, La Fontaine entendió que el tiempo tiene un poder que ni la razón ni la voluntad pueden igualar: el de transformar el dolor.
Con esta frase, quiso decir que la tristeza no permanece inmóvil. Aunque cuando la sentimos parece eterna, el tiempo la mueve, la transforma, la aligera. No se trata de negarla ni de evitarla, sino de dejar que el tiempo haga su trabajo. Y eso es algo que todos hemos vivido, de una forma u otra. Incluso las penas más hondas, con los años, encuentran otro lugar dentro de nosotros. A veces ya no duelen igual, otras veces simplemente aprendemos a vivir con ellas.
Por eso la frase, aunque corta, ayuda a enfrentar su propio mensaje. No exige heroicidad ni rapidez, solo paciencia. Nos recuerda que basta con seguir respirando, seguir viviendo. Que aunque ahora duela, no dolerá igual para siempre. Y en esa verdad sencilla, hay un consuelo que no necesita muchas palabras. Solo tiempo.
A veces, cuanto más duele una pérdida, más nos está hablando de la belleza de lo que tuvimos. El dolor no siempre es un enemigo. A menudo es la última huella que deja algo que fue profundamente valioso para nosotros. No importa si lo que perdiste fue una persona, una etapa de tu vida, tu salud, tu libertad, un amor verdadero o simplemente esa paz que ya no encuentras. Si duele, es porque lo que viviste antes fue un regalo inmenso.
Y esa es la paradoja de la tristeza: nace del amor. Cuanto más duele, más habrás disfrutado, más habrás sentido, más habrás vivido. La nostalgia, por cruel que sea, solo existe cuando algo fue hermoso. Por eso, en medio del duelo o la tristeza, hay también una certeza: fuiste testigo de algo que mereció la pena. Tuviste en tus manos algo que ahora echas de menos porque era real, y era tuyo.
Ese dolor es la forma que tiene el alma de decir “gracias” cuando ya no puede decir “aquí estás”. Es normal que duela. Pero también es necesario dejar que el tiempo haga su trabajo. Porque el dolor no está hecho para quedarse. No puede convertirse en castigo, ni en una enfermedad que se arrastra sin curarse. El dolor tiene que tener un final, aunque deje una cicatriz. No para olvidar, sino para poder mirar atrás sin rompernos por dentro.
Con el paso del tiempo, cuando la herida ya no sangre, cuando el peso se vuelva leve, lo que queda no es solo tristeza. Lo que queda es el recuerdo de lo bonito, lo vivido, lo que un día te hizo feliz. Porque sí, fue un regalo. Aunque hoy duela, aunque ahora parezca injusto, fue un regalo inmenso.
Así que si estás sufriendo ahora, o si un día te toca perder algo que amas, recuerda esto: el dolor habla de lo mucho que viviste, y de lo mucho que fuiste capaz de sentir. Y cuando todo pase, quedará eso. La experiencia maravillosa. El eco amable de algo que fue tan tuyo que dejó huella. Y esa huella, algún día, dejará de doler y empezará a hacerte sonreír.
Pero también hay otra verdad, menos amable, que conviene reconocer: el tiempo no siempre cura solo. A veces lo único que hace es enterrar. Oculta el dolor bajo rutinas, bajo nuevas preocupaciones, bajo la prisa con la que seguimos respirando. Y no es lo mismo sanar que enterrar. Lo primero transforma; lo segundo aplaza. Por eso, confiar únicamente en el tiempo es una forma peligrosa de postergar lo que necesitamos enfrentar.
Porque la tristeza, si no se escucha, si no se mira de frente, puede volverse sombra. Puede irse acumulando en rincones del alma, disfrazada de apatía, de rabia, de cansancio crónico. No basta con esperar que pase: hay que acompañarla, entenderla, darle nombre. Solo entonces el tiempo puede hacer su verdadero trabajo: no ocultar el dolor, sino disolverlo poco a poco en comprensión.
Así que sí: la tristeza vuela en alas del tiempo... pero solo si antes le abrimos las alas.
¿Cómo enfrentar la tristeza para permitir que el tiempo la sane?
No huyas. No intentes llenar el silencio con ruido, ni el vacío con distracciones vacías. La tristeza, por muy oscura que parezca, necesita que la mires con honestidad. Permítete sentir sin juzgarte. Llora si lo necesitas. Escribe, habla, camina en soledad o en compañía, pero no te encierres en la negación. El dolor necesita espacio, no jaulas.
Habla contigo con la misma ternura con la que consolarías a alguien que amas. No te exijas estar bien de inmediato. Acepta que sanar lleva tiempo, y que cada emoción tiene su ritmo. Lo esencial no es “superar” lo que duele, sino darle su lugar, entender por qué dolió tanto, y dejar que ese entendimiento lo transforme.
Rodéate de lo que te recuerda que la vida sigue: naturaleza, libros, música, personas que no te pidan explicaciones. Y cuando tengas días buenos, no los sientas como traición a lo perdido. Son señales de que el tiempo está empezando a hacer su parte.
La clave no está en apurar el proceso, sino en no interrumpirlo. Si la tristeza tiene alas, tú eres quien debe abrirle la jaula. Lo demás lo hará el tiempo.
Canal en Telegram: https://t.me/hackeaTuMente_oficial
Canal indexado en TGStat: https://tgstat.com/channel/@hackeaTuMente_oficial
Reflexiones que atraviesan el tiempo y el dolor:
- Wilde y la mentira moderna del bienestar
- Renacer después del amor: una reflexión vital
- El lobo que llevamos dentro: Hobbes vigente
HackeaTuMente - Piensa. Resiste. Trasciende.