El planeta de la hipocresía: la crítica dura de Canserbero a la doble moral

Canserbero en una celda acolchada, con expresión de desconfianza, junto a su frase sobre la hipocresía del mundo – HackeaTuMente


“Me siento como un loco al tratar de confiar todavía, en alguien, en el planeta de la hipocresía.” – Canserbero

Hay frases que que no pueden ser más ciertas. Esta de Canserbero es una de ellas.  Es un lamento, una denuncia y una confesión en una sola línea. 


Canserbero habla desde una experiencia concreta: la dificultad de seguir confiando en un entorno que muchas veces no responde con honestidad. Su frase refleja el desgaste emocional que provoca abrirse a los demás y no encontrar reciprocidad, o peor aún, ser traicionado.


La confianza es una necesidad humana, pero también una decisión que se vuelve cada vez más compleja cuando uno ha vivido desilusiones. No se trata de idealizar el vínculo con los demás, sino de reconocer que vivir sin confianza también deteriora las relaciones, la calma interna y la capacidad de compartir lo que se piensa o se siente.


Llamar a este mundo “el planeta de la hipocresía” no es una exageración. Es la forma en la que muchos perciben una sociedad donde la apariencia ha desplazado al contenido, donde lo que se dice muchas veces no coincide con lo que se hace, y donde mostrar vulnerabilidad suele ser interpretado como debilidad.


Canserbero no está transmitiendo lástima. Está poniendo en palabras algo que muchos viven: la contradicción diaria entre querer confiar y aprender a protegerse. Y esa tensión no se resuelve con fórmulas, se atraviesa con conciencia, sabiendo que confiar no garantiza nada, pero que desconfiar de todo tampoco es una salida estable.


Este tipo de frases no son solo poesía urbana. Son una forma de exponer con honestidad lo que otros callan. Por eso siguen vigentes. Porque reflejan una realidad que no necesita adornos para doler.


Cuando alguien deja de ser digno de confianza, pierde más que la confianza del otro. Pierde respeto, pierde autoridad moral y pierde acceso a una parte de la vida que solo se abre con sinceridad. Puede seguir rodeado de personas, pero ya no estará realmente incluido. Los demás empiezan a callarse cuando él habla, a filtrar lo que dicen, a mantener distancia aunque sonrían.

Una traición no solo hiere, también rompe una estructura invisible: la que sostiene las conversaciones honestas, los planes compartidos, la sensación de seguridad. Cuando ya no se puede confiar en ti, todo lo que digas es puesto en duda. Tus actos tienen menos peso. Tus intenciones se miran con lupa. Tus errores duelen más porque ya no hay margen.

La desconfianza no siempre llega con escándalos. A veces se instala en silencio, después de pequeñas incoherencias que se repiten. Y una vez que se instala, cuesta más recuperarse que si se hubiera roto algo visible. Porque la confianza no se exige. Se gana. Y cuando se pierde, lo que se arrastra es algo mucho más profundo que una simple imagen pública: es tu valor como vínculo.

Tener a alguien con quien puedes contar sin miedo, sin máscaras, sin doble intención, es uno de los mayores privilegios que se pueden tener. No importa si son muchas personas o solo una. Lo que importa es que existe ese espacio donde no hace falta fingir, donde no se cuestiona cada palabra, donde se puede hablar de lo bueno y de lo difícil sin temor a ser juzgado o traicionado.

La complicidad real no se construye con promesas, sino con actos sostenidos. No nace del momento, nace del tiempo. La confianza inquebrantable no se dice: se demuestra. Es cuando alguien sabe algo que podría usar en tu contra… y no lo usa. Es cuando alguien puede irse… y se queda. Es cuando lo fácil sería protegerse, pero elige proteger también lo que comparte contigo.

Esa lealtad vale más que mil discursos. Es una forma de presencia que no necesita palabras grandiosas. Saber que puedes hablar sin que lo usen en tu contra. Saber que si fallas, no te van a abandonar. Saber que incluso si todo va mal, alguien sigue de tu lado. Eso no es romanticismo. Es lo que mantiene a flote la dignidad en un mundo que muchas veces empuja a desconfiar.

¿Te has sentido así?


¿Te has abierto a alguien y luego sentiste que esa persona usó tu confianza como debilidad?

No lo normalices. No era sensibilidad, era un abuso emocional encubierto. Aléjate de quien te escucha solo para tener munición.


¿Has sentido que cada vez que hablas de algo personal, alguien te juzga o minimiza lo que estás viviendo?

Eso no es cercanía. Es desgaste. No estás exagerando. Estás tratando de confiar y te están cerrando la puerta en la cara.


¿Te han hecho sentir culpable por esperar sinceridad o coherencia?

No lo permitas. Esperar honestidad no es pedir demasiado. Es lo mínimo para que un vínculo tenga sentido.


¿Sientes que tienes que medir tus palabras con quien supuestamente te quiere?

Eso no es amor ni amistad. Es vigilancia emocional. La confianza real no exige máscaras.


¿Tienes a alguien con quien puedes hablar sin miedo a ser malinterpretado?

Agradece ese espacio. Cuídalo. No se encuentra todos los días.


¿Has compartido algo muy tuyo y esa persona lo protegió, lo respetó, lo valoró?

Eso es confianza real. Y cuando ocurre, deja huella. Alimenta. Reconstruye.


¿Sientes que puedes ser tú mismo con alguien, incluso en tus días más difíciles?

Eso es complicidad. Y vale más que cualquier demostración superficial de afecto.


La confianza no debería ser un lujo, es uno de los mayores regalos que te pueden dar. Es necesaria. De las experiencias mas gratas que puedes tener. Y si no la encuentras, siempre será mejor confiar en ti mismo que en alguien que no lo merece.

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